En el siglo XXI los cambios han sido vertiginosos y profundos en muchos sentidos. Las instituciones han asumido la necesidad de educarnos en los nuevos conocimientos técnicos y teóricos oportunos para desarrollarnos en la sociedad de la información y el conocimiento en la que nos hallamos inmersos. Hoy en día la información está por todas partes, es accesible, variada, pero no siempre confiable y de ahí nació también la necesidad de educar a niños y jóvenes para que no crean ciegamente todo lo que está en las redes y en la web en general, y que sean críticos de su contenido (camino en el que aún tenemos mucho por recorrer). La globalización fomenta la competencia y el individualismo porque los medios de comunicación diariamente nos bombardean con mensajes que promocionan el ser exitoso y ser el mejor.
Asumiendo a la educación como una herramienta de cambio, orientamos la formación en los aspectos emocionales a partir de proporcionar al alumnado experiencias diversas y significativas que le ayuden a desarrollar los mismos.
Educar las emociones es brindar espacios para que los niños entren en contacto con lo que sienten, que lo comprendan. Implica aprender a leer lo que mi cuerpo me está diciendo (por ejemplo saber que si me sudan las manos, tengo un nudo en la garganta o me duele la panza, puede que esté sintiendo miedo) y darle palabras a esas emociones. Es decir que se trata de conocer las emociones propias y poder nombrarlas, pero también las de los demás desarrollando la empatía.
Las preguntas que nos hacemos cuando decidimos abordar una tarea de esta índole son siempre: ¿Cómo hacerlo? ¿Con qué materiales? ¿Qué actores? ¿En qué ambientes de aprendizaje? ¿Cómo aprovechar las tic?
En las próximas entradas de este blog, exploraremos dichos aspectos.